lunes, agosto 10, 2015

Miradas tiernas. Miradas asesinas. Los ojos de ella se concentraban en otro. Se concentraban en estar a escasos centímetros, en abreviar espacios. En susurrar palabras, y dejar caer breves risas. Los ojos de él se concentraban en no prenderse fuego, en no levantarse y marcharse. Las manos de un desconocido en su espalda, en su piel, en su pelo. Y él ahí parado, atado por otra y deseando tener plena libertad para frenar aquello. Ella se levanta lentamente, seguida de él, de la mano, juntos. No puede dejarles marchar, no sin tener que contener la rabia. Justo cuando debería disimular, ella pasa. Pasa dedicándole una sonrisa a todos los presentes menos a él, y sobre todo dedicándole unas palabras en sus ojos al que la sigue. Ella contoneándose, ella perdida, ella querida, ella distinta. Y en un arrebato de ira, él la agarra y le advierte, poniendo una excusa, que él es un peligro. Lo siento, ya es tarde. Se deshace con un empujón y se va. Oh vaya, se le ha escapado. O demuestras lo que sientes o pierdes lo que quieres. 

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