Él estaba apoyado, de pie al lado la columna de madera. Simplemente de pie, sin más. No tardó en pecatarse de que yo le miraba mientras iba hacia allí. Estaba decidida a pasar por su lado de la manera más atrevida posible. ¿Que había de malo en mirarnos más de cerca? Al llegar a su lado, el hizo un gesto en el que, retirándose, se acercó un poco más a mí. Lo justo para que su colonia me revolviera las pocas fuerzas que me quedaban. Ambos nos miramos de reojo, mientras nos rozábamos. Queríamos decirnos tantas cosas, que todo salía a trompicones, y lo peor, no nos dábamos cuenta, que ese momento no duraba tanto como creíamos.
lunes, febrero 03, 2014
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