miércoles, abril 29, 2015

No. No tienes por qué guardar ese malestar interior que te persigue a todas partes. No hace falta que camines mirando al suelo. Si eres el mal es porque quieres, porque realmente no te apetece cambiar. No tienes por qué. No tienes por qué guardar rencor a cada vida que con la tuya se ha cruzado y no ha conseguido llenarte como esperabas. No puedes culpar a nadie si no logras conformarte con nada, porque es problema tuyo. Eres incapaz de alejarte de donde perteneces porque ese lugar te ha robado su ser. Y ahora caminas perdido con un rumbo que es de todo, menos fijo. Vas cabizbajo por miles de aceras por las miles de pieles que rozas y en ninguna encuentras tu manera de ser. Abre los ojos, tu destino no es así. Vuelve a tus orígenes y recoge todo lo que quede de ti, pero esta vez para llevártelo. Perteneces a aquellos que se dejaron media vida en sus infancias, creyendo que así llevarían menos peso el resto del camino. Perteneces a los estúpidos que creen que una persona se forma con las bases que esta elige, y que simplemente hay que construirse sobre ellas. Tus raíces, comienzos, manías y demás principios, te constituyen. No tienes ningún rumbo porque no te apetece buscarlo, porque tienes tanta fuerza que no sabes en qué emplearla. Tu daño no desaparece, no se convierte, no se transporta, no se transforma. Es tuyo. Es tu dolor, eres tú. Pon todo en su sitio, en su inicio, y comienza de nuevo, por favor.

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