miércoles, diciembre 10, 2014

Mis manos tropezaban una y otra vez contra las teclas, cansadas de ser golpeadas. Cada dedo se movía por un camino distinto al que su cabeza ordenaba. Se respiraba un desorden de pentagramas en toda la habitación. El sonido se intensificaba cada vez más, y la fuerza se triplicaba con cada error. Y cedió. Cedí. Aparté un manotazo las partituras. Y todas aquellas hojas llenas de vida y armonía, se esparcieron lentamente por el suelo de aquel salón. Alcé la cabeza para mirar por aquella hermosa cristalera. Pero no conseguía ver a través de ella, sólo veía mi triste reflejo a causa de la luz. Me estremecí y me deslicé para bajar de esa soñada banqueta para apoyarme a un lateral del instrumento. Respiré hondo y calle. Recogí cada uno de mis proyectos que yacían casi inertes en el suelo. No tenían vida si no estaban en el soporte de un piano. Los guardé entre libros, para no divisarlos y dejar de tocar. Cesaron mis notas aquel mes de noviembre. Ya no toqué. El polvo se instaló en mi instrumento, pero sobre todo en mi música. Mis dedos que continuamente estaban doloridos por esfuerzos, por llegar al final de todas aquellas piezas, se relajaron. Mis dedos eran seres casi inertes entre mis manos, que también perdieron vitalidad. Dejé de tocar. Dejé mi música por su marcha. Dejé mi vida por la suya. Enredé mis notas, por una partitura desconocida. Aquel mes de noviembre, dejé la música, pero también me dejé la piel en todo lo que me quedaba. 

1 comentario :

  1. Me gusta en exceso el modo en el que eliges las palabras acertadas en cada momento.
    Como consigues hacernos parte de tus entradas.
    Eres genial, un besito.
    PD: Te leo.

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