miércoles, noviembre 26, 2014

A veces no se hablaban. Se miraban. Incluso se gritaban. Quizá fuera el frío. O la distancia. O la mierda de siempre. El hielo que se instalaba en sus mentes, que se adentraba a la vez que el invierno. Pero oye, no era nada. No necesitaban hablarse cuando estaba ahí tirados en la cama con los cascos puestos y susurrando. Llegaban a todo. Al edredón, a su pecho, a su boca, a por el mechero. Una temporada entre cosas que no encuentra nadie, entre una nube constante de humo. Entre cerrar los ojos para ver si la música te llega más adentro. Hojas que caían sin cesar, como ropa, como libros, como colillas, como copas. Y para ellos era respirar aire puro. Asomarse al jardín y tiritar un poco para decidir volver a entrar. Tocaban fondo de una manera tan dulce. No hacen nunca nada, decía la gente. Pero lo cierto, es que ellos poco a poco y sin andar, llegaban más lejos. Porque la gente llegaba a las estupideces, a las rupturas, a la puta mentira. Y ellos al éxtasis, a lo más puro que tenían. Ambos llegaban al final, apenas sin conocerse.

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