Miraba hacia donde mirara no veía nada. El desierto cubría todos los horizontes posibles, a la vez que cubría mis esperanzas.
El fuego que había encendido no servía de nada, no me daba el calor que
necesitaba. No me daba el mismo calor que me daban sus abrazos en las noches que helaba. La arena se escapa de mis manos,
caía una y otra vez mientras yo la recogía. Y pensé que yo me parecía a
la arena, porque me escapa de todo aquello que me retenía. Pero, ¿quería
él retenerme? Supongo que esta vez me he escapado por miedo, miedo a
enamorarme como siempre. Cuando yo retenía la arena se escapa por los
huecos de mis manos, por miedo a que la alejara de toda aquella
superficie de nada. Escapar una y otra vez, eso es lo que mejor se me
da. Y al sentarme junto al fuego me dí cuenta de que aquella vez no era
necesario escabullirse. Quería que él me retuviese, esta vez ya no era
peligroso, con él me sentía segura. Era el cigarrillo que más lento
quería consumir. Sería su sonrisa lo que me hacía perder la libertad y
querer estar atada. Pero, ¿y ahora como salía de allí? ¿Cómo me
escabullía esta vez? Me estaba hundiendo en la arena, frente a ese fuego
inexistente. Así que solo se me ocurrió correr, llegara a donde llegara
sería mejor que estar parada contemplando mi propio malgasto. Y si esta
vez me hundía en la arena, lo haría sabiendo que seguía siendo libre,
aún estando atada a él.
martes, diciembre 03, 2013
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